miércoles, 12 de enero de 2011

El art nouveau en el vidrio

Durante el propio período colonial, el vidrio, que se se empezó a producir en Puebla a partir de 1542, sólo se empleó para hacer recipientes. Al final de la Colonia, se incorporaron algunos artesanos alemanes a esta actividad. Aparentemente, el vidrio plano sólo se producía para cubrir las vitrinas de los templos y para otros usos suntuarios, ya que la mayoría de las ventanas se cerraban con pergamino o papel encerado, pues sólo unas cuantas edificaciones importantes habían incorporado cristales. Al iniciar México su vida independiente, los franceses establecieron fábricas de vidrio plano en Puebla, en la Ciudad de México y en otros estados.

Claudio Pellandini, quien llegó a México en 1868, se dedicó a la importación de los célebres cristales franceses de Saint Gobain y de espejos venecianos, para especializarse después en vitrales, vidrios biselados y esmerilados. A Pellandini se deben los emplomados de numerosos templos, edificios públicos y residencias. A fines del siglo XIX, la casa Pellandini tenía grandes talleres en México y una sucursal en Guadalajara, lugares en que también se producía vidrio plano. A semejanza de lo que ocurría en Europa y en los Estados
Unidos, donde el art nouveau había traído un renacimiento del arte del vitral, la arquitectura porfiriana fue un soporte muy adecuado para el empleo profuso del vidrio. En el Teatro Juárez de Guanajuato se construyó el primer piso de piezas de vidrio con estructura metálica con el fin de dar iluminación al vestíbulo de la planta baja a través del foyer, también cubierto con cristal, del piso superior.

El hall de la escalera del Palacio postal de la Ciudad de México, proyectado por Adamo Boari, se engalanó con una cubierta de cristal, así como el área de clasificación de correspondencia. Boari estaba tan entusiasmado con el vidrio que su primer proyecto para el Teatro Nacional (después Palacio de Bellas Artes) incluía una cubierta de vidrio sobre la propia sala de espectáculos. Las cúpulas del vestíbulo serían de hierro y vidrio, y los muros de apoyo tendrían ventanas con vitrales.

El húngaro Géza Maróti hizo para Boari la primera propuesta de telón de cristal para el escenario del Teatro Nacional. Se trataba de un vitral transparente con el paisaje del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, pero en lugar de ver hacia el exterior tendría una superficie reflejante simulando la luz del día. Esta propuesta no fue del agrado de Boari y fue así como la empresa neoyorquina de Louis C. Tiffany se encargó de realizar el mosaico de cristales opalescentes (no transparentes) que recubre al telón de hierro del escenario, con la vista de los volcanes conforme a la acuarela realizada para tal fin por Harry Stoner.






   

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